Depresión en perros: ¡existe realmente?
Introducción
La depresión es una enfermedad muy bien estudiada y clasificada en medicina humana.1 Sin embargo, en veterinaria se conoce mucho menos al respecto. De hecho, se ha debatido si se puede hablar de depresión en especies distintas a la humana. En medicina humana se han propuesto diversas definiciones para la depresión,1,2 pero todas tienen en común el considerar que se trata de un desorden mental caracterizado por una baja autoestima y falta de interés en las actividades cotidianas, que afectan al individuo a distintos niveles y le impiden llevar una vida normal.
Partiendo de esta definición, no es raro que los propietarios acudan a las consultas indicando que su perro tiene depresión, tras observar cuadros de cierta apatía y desinterés por determinadas actividades rutinarias. Por ello, es interesante que el veterinario esté familiarizado con lo que se conoce actualmente sobre la depresión en perros.
Características clínicas de la depresión en perros
Al contrario de lo que ocurre en medicina humana, en veterinaria no se dispone de datos concretos obtenidos en poblaciones grandes que definan los criterios diagnósticos requeridos para establecer la existencia de depresión.
En base a lo que se conoce sobre la depresión en personas se ha propuesto que la presencia durante un periodo prolongado (1-2 semanas) de un patrón de comportamiento endógeno o reactivo, que incluya la falta de interés en acciones y actividades que previamente resultaban atractivas e interesantes para el animal, junto a alteraciones en el apetito y en el ciclo vigilia-sueño que no sean ocasionales, podría ser indicativo de la existencia de un cuadro de depresión en perro.
Otros criterios que ayudarían a confirmar el diagnóstico incluirían la existencia de una reducción en la actividad motora y en la capacidad de respuesta frente a estímulos ambientales, en ausencia de una condición neurológica o fisiológica que lo explique.2
La depresión en perro se considera una depresión reactiva, es decir, que ocurre como respuesta a un evento negativo concreto. Por el contrario, la depresión endógena se desarrolla sin que podamos identificar un evento negativo desencadenante. La depresión canina se ha comparado con los trastornos adaptativos del ser humano. En estos desórdenes los cambios en el comportamiento ocurren como respuesta a una alteración drástica del entorno del paciente, que éste no es capaz de gestionar. En el perro estas situaciones se relacionan generalmente con cambios de propietario, abandono o fallecimiento de algún miembro de la familia muy vinculado al animal.2
Algunos signos clínicos, presentes en los seres humanos con este tipo de trastornos pueden aplicarse también a la depresión en perros, pero deben ser interpretados en el contexto adecuado. Estos incluyen la pérdida de apetito, alteraciones en el ciclo vigilia/sueño, pérdida (ocasionalmente ganancia) de peso, pérdida de emociones, falta de interés en actividades que le resultaban placenteras, falta de energía y reducción de la interacción social, dolor transitorio no específico, rigidez, diarrea, tenesmo o presencia de moco en las heces.2 En cualquier caso, antes de asumir que estos signos guardan relación con la depresión deben excluirse todas las enfermedades orgánicas que los puedan causar. Por lo tanto, en pacientes que sean consultados por posible depresión es importante hacer un examen físico completo, y en función de los resultados, decidir si es necesario hacer pruebas de laboratorio y/o imagen para excluir la existencia de una enfermedad orgánica como causa de los signos que presenta al animal.
Aunque tradicionalmente se ha creído que los perros se adaptan mucho mejor a las tragedias que las personas, las evidencias demuestran que esto no tiene porqué ser cierto. Perros que pasan por experiencias traumáticas graves, es posible que ya nunca recuperen un comportamiento totalmente normal. En base a ello, se considera que cualquier perro que sufra un cambio profundo en su vida como consecuencia de una pérdida, podría estar en riesgo de desarrollar una depresión reactiva.2
Tratamiento de la depresión en perros
En el tratamiento de la depresión en perros se distingue una terapia conductual y una farmacológica.
Terapia conductual
- Los perros afectados deben ser estimulados (no forzados) a participar en aquellas actividades que previamente les resultaban agradables y que han dejado de resultarles atractivas como consecuencia de la depresión.
- Al mismo tiempo, es importante evitar aquellas situaciones que le causan angustia o miedo.
- En pacientes con hiporexia tratar de estimular la ingesta de alimento ofreciendo comidas que previamente resultaban muy apetecibles para el animal.2
Tratamiento farmacológico
- Los fármacos más usados son los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (fluoxetina, sertralina y paroxetina).
- De modo menos frecuente se ha reportado el uso de la de la selegilina (un inhibidor de la monoaminooxidasa).
- Algunos autores creen que las benzodiacepinas podrían ser útiles en el manejo de esta condición, porque podrían desinhibir comportamientos inhibidos y al mismo tiempo estimular el apetito.
- Por último, la suplementación con ácidos grasos omega-3 podría prevenir un mayor deterioro del paciente por sus efectos sobre la inflamación y el estrés oxidativo.
Conclusiones
Ante la presencia de determinados cuadros, el veterinario debe considerar la depresión como un posible diagnóstico diferencial. En cualquier caso, antes de asumir que el perro presenta un trastorno depresivo es muy importante recabar toda la información posible de los propietarios y excluir la existencia de otras enfermedades. Por lo que hace al tratamiento, es importante explicar a los dueños que además del tratamiento farmacológico será necesaria su implicación para llevar a cabo pautas de estimulación de determinadas actividades.